MARCAR EL CAMINO

Iba a comenzar este artículo con una temática formal e informativa. Pero hemos vivido una experiencia tan plena, que las palabras a veces quedan un poco cortas y no sé si voy a poder reflejar a través...

| Cecilia Sturla Cecilia Sturla
Iba a comenzar este artículo con una temática formal e informativa. Pero hemos vivido una experiencia tan plena, que las palabras a veces quedan un poco cortas y no sé si voy a poder reflejar a través de ellas lo vivido. Desde el 31 de diciembre hasta el 4 de enero hemos participado junto a mi familia (marido y cinco hijos de 11, 9, 7, 5 y 3 años respectivamente) de la misión que organiza la JM argentina para la zona del Noroeste (Salta y Tucumán). Eran unos 200 jóvenes de 18 años en adelante, que vienen preparando desde hace más de cuatro meses, y con una logística digna de las mejores empresas, esta misión a Rosario de la Frontera, una ciudad salteña donde la realidad golpea fuerte: no sólo en la pobreza y en la falta de trabajo, sino en la droga, la violencia intrafamiliar y el alcohol. Llegamos a mitad de la misión (había comenzado el 26 de diciembre) y el espíritu con el que nos encontramos nos inundó hasta sobrepasarnos: una alegría infinita junto a una espiritualidad tan fuerte y sólida como los cerros que rodean la ciudad.No tardamos en darnos cuenta que en esa alegría se manifiesta toda la fuerza del joven por comprometerse con una realidad adversa y complicada por demás: mientras más es la miseria y la injusticia social que se vive, ellos ponen más ánimo en las oraciones y en la alegría. Ni la lluvia más torrencial impidió salir a golpear las casas para charlar y rezar con la gente del lugar. Había que ver sus rostros al llegar empapados de la cabeza a los pies: sonrisas y ganas de contar las experiencias vividas. Pero sólo después de haber pasado por la capilla-santuario que habían preparado ad hoc, para dejar la imagen de la Virgen y rezar por la gente que habían visitado, de rodillas y abrazados con sus respectivos grupos frente al Santísimo. Sólo después de eso, se sentaban a contar lo vivido. Nos enseñaron a misionar. Mi generación (Generación ´92) no ha sido una generación misionera. Nosotros queríamos formarnos e interiorizarnos con Schöenstatt, pero nunca se nos ocurrió ir a visitar barrios marginales. Y lo que viví me impactó tanto como una cachetada: la gente nos recibía con ganas, con alegría y con confianza en que si la Virgen iba a visitarlos, era porque tenían que rezarle por sus problemas. Y esos problemas uno sabe de antemano que no tienen solución alguna: la situación es ya tan crítica y algunos problemas están tan enquistados, que sólo Dios puede ayudarlos. El asistencialismo no es la respuesta, porque son tantas las necesidades que nunca terminaríamos de dar, por lo que la labor misionera es netamente pastoral. Con la imagen de la Peregrina sobre la mesa y el mate de rigor en el medio, la gente se abría a contar sus conflictos con tal naturalidad y espontaneidad que uno en determinados momentos tenía que ahogar las lágrimas de impotencia y desesperación. Pero allí donde el hombre se desarma, Dios se arma, y la paz recaía sobre la casa como un bálsamo. Es que el manual del misionero dice que: El misionero no se aterroriza; cae, pero se levanta porque lo espera un brazo fuerte; llora, pero tiene quien le enjugue las lágrimas; siente la flaqueza humana, pero no la consiente". Cabe preguntarse si tanto trabajo de logística y tan pocos días bastan para "hacer algo" por la gente del lugar. Reconozco que invariablemente fui escéptica ante el tema, ya que siempre consideré que uno se tiene que ocupar de la misión de los 355 días restantes del año. Pero ver y sentir el efecto de los misioneros sobre la gente hizo que revisara mis ideas. Es que uno no se da cuenta de que quizás la palabra dicha (que a uno le parece evidente), el otro la escucha tan atentamente que le cambia la manera de ver la realidad. Y al no haber interés de otro tipo (económico), los corazones se abren más francamente. No sé si la gente misionada cambiará como uno querría. Pero lo que sí sé es que nos van a esperar el año que viene. Porque hemos dejado huellas en sus corazones. Y no por las grandes palabras, sino por el fuego interior nuestro que vibró junto al fuego de María. Será por eso que el grupo misionero se ha llamado "Ignis Mariae" (Fuego de María). ¿No son las palabras de Jesús en el Evangelio? "Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!"(Lc. 12, 49-53). Sólo se trata de marcar el camino, no de obligar a la gente a que lo transite. Es la maravilla de la libertad. Eso los jóvenes lo tienen tan claro como el agua. El estribillo de la canción del grupo Ignis dice:"Hay fuego en ti que puedes compartirNo debes esperar para servir,Fuego soy, no hay fuego sin amorYo quiero ser Señor, tu servidor" En la despedida, en la que todos estábamos conmovidos hasta grados inimaginables, hubo un cuadro que me partió el corazón e hizo que me planteara mi manera de vivir mi compromiso cristiano. Ya estábamos de regreso de la misa celebrada en la plaza del pueblo, en la escuelita donde nos alojamos, cuando vimos a uno de los jóvenes sentado en el suelo con una niña de unos cuatro años que lloraba desconsoladamente porque se iban los misioneros. Esos que le dieron un abrazo, una sonrisa, los que la habían hecho sentir importante y la habían sacado, con sus actividades, de la tarde de su vida dura. La niñita lloraba en sus brazos y el joven tenía su mentón apoyado en la cabeza de ella. Lloraba también, tanto como la niña, con una angustia inmensa porque sabía que ella volvería a su vida y que en esa vida existe la carencia más dolorosa: la afectiva. Me quedé mirando a la distancia, rezando en voz baja por esa niña, y agradeciendo de corazón por ese misionero que fue capaz de abandonar todo durante 10 días para dar ese abrazo, asumiendo las consecuencias de esa entrega: el dolor que implica el compromiso verdadero. Ahora yo estoy en mi casa y la gente de Rosario de la Frontera sigue allí. Pero valió la pena haber vivido esa misión. No sólo porque uno recibe más de lo que da, como pasa siempre cuando uno entrega desinteresadamente, sino porque la juventud me sigue conmoviendo y maravillando: son capaces de revolucionar su entorno con sólo guiarles el camino. ¿Seremos conscientes los adultos que debemos guiarlos de acuerdo a esas actitudes que tantas veces nos superan a nosotros mismos?
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