DON´T WORRY

Que el mundo no se destruye el 2012. El mundo hollywoodense nuevamente hace caja con un producto de venta segura: el género apocalíptico y catastrofista, salpicado de efectos especiales de última gene...

| Padre Hugo Tagle Padre Hugo Tagle
Que el mundo no se destruye el 2012. El mundo hollywoodense nuevamente hace caja con un producto de venta segura: el género apocalíptico y catastrofista, salpicado de efectos especiales de última generación. Aprovecharon una de las muchas predicciones que nos acompañan desde que tenemos conciencia histórica. Se lucubra ahora con el enrevesado laberinto de imágenes que presenta el calendario maya, donde todas las lecturas son posibles. Entre ellas un inminente fin del mundo. Pero, más allá de los desvaríos apocalípticos, estas lecturas alarmistas regalan la oportunidad de reflexionar sobre el sentido de la historia presente, salpicada de indicios de cambios a los que, sin duda, hay que atender. En pocos años hemos experimentado cambios abruptos, que dejan los pasados lustros en la prehistoria absoluta. Más que la fijación en un "fin", tendemos a hablar de mutación, de cambio. Resulta más acorde con el desarrollo de la creación. El punto es, a qué. Eso resulta más complejo. La ciencia no se pone de acuerdo. Lo que tuvo un inicio, tendrá un fin. Pero no es materia de preocupación. El cambio peligroso es el provocado por el hombre mismo. Y ahí si vemos gérmenes de destrucción. En efecto, la naturaleza no resiste más los embates de quien debería ser su compañero, no su depredador codicioso, que por una ganancia pasajera mata todo lo que encuentra a su paso. Los evidentes signos de un cambio climático provocados por la manipulación del ser humano saltan a la vista. Algunos, irreversibles. Ante esto surgen pálidas luces de reparación del mal causado. Más que la destrucción del mundo, nos debe alarmar su desertificación, abandono, su degradación hostil. Grandes zonas fértiles las hemos transformado en páramos de muerte, sequedad y tristeza. La evidente falta de agua y alimentos deben quitar el sueño a una sociedad adormecida por los cantos de sirena de una técnica que no ha dado aún respuesta a una inmensa mayoría de la humanidad. Es esa "destrucción" la que nos debe desvelar. El otro "fin" que nos debe preocupar es el propio. No es una amenaza, sino una invitación gozosa al encuentro con quien nos creó, quien da sentido a nuestro paso por esta tierra. "Acuérdate que mi vida es un soplo" dice el libro de Job. Percibimos cuán frágil es la existencia humana, cuán cortos los días y cuán larga la espera para quien ama. En fracción de segundos podemos caer como castillo de naipes, quebrarnos como porcelana. Somos pasajeros de un tren en marcha, donde la estación de término puede ser aquí, allá, en cualquier parte o lugar. Pronto comienza el Adviento, la espera de quien da la vida y la sostiene. El fin en Él no es fatalidad, es esperanza. Ahí radica el intrínseco optimismo cristiano. La tragedia deviene en cambio. A veces doloroso, pero siempre a la única alegría que no pasa. P. Hugo TagleSacerdote Schoenstattiano
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