COMO OVEJAS SIN PASTOR

Cualquier grupo humano, desde la tribu de cazadores a la sociedad occidental más compleja; desde el grupito de adolescentes a la multinacional, necesita de líderes para dar respuesta a sus problemas y...

| Pablo Crevillén Pablo Crevillén
Cualquier grupo humano, desde la tribu de cazadores a la sociedad occidental más compleja; desde el grupito de adolescentes a la multinacional, necesita de líderes para dar respuesta a sus problemas y poder progresar. Y siempre el liderazgo ha presentado dificultades. Ya Platón en su obra "La República" dice a este respecto que lo mismo que cuando viajamos en una nave queremos que las decisiones las tome un piloto experto y no que las decida por mayoría el pasaje, ése es el criterio que ha de seguirse cuando de lo que se trata es de gobernar una ciudad. Frente a argumentos elitistas de este tipo se opone Chesterton defendiendo el sufragio universal, diciendo que hay cosas como sonarse la nariz o escribir cartas de amor que aunque uno haga mal es mejor hacerlo uno mismo. Pero aunque en todas las épocas el problema de las élites ha estado presente, en nuestra época esta cuestión tiene perfiles propios. Cada cultura forma un todo, de manera que cada elemento influye sobre los demás. Y nuestro sistema se basa en la producción en masa, el consumo en masa, la diversión en masa, la cultura en masa. Y así, si todo está pensado para la masa es difícil que surjan líderes. Por otra parte y, paradójicamente, ese ser humano que vive de acuerdo con criterios que tienden a uniformizarle, cree que es un individuo radicalmente autónomo y rechaza toda autoridad exterior. Para terminar de complicar el panorama, tampoco las personas encargadas de ejercer la autoridad han sido ejemplares. Dejando de lado los casos extremos de dictaduras, los líderes democráticos muchas veces incurren en corrupción, mentiras, abusos o falta de coraje para enfrentar los problemas. Y la sospecha sobre la autoridad política también se extiende sobre la de los padres, profesores o empresarios. Pese a todo, se percibe un hambre social de líderes. En España, ninguno de los líderes de los partidos mayoritarios despierta entusiasmo, ni siquiera entre sus propios seguidores, lo que genera un enorme malestar social. Y parece que ése no es sólo un problema español. Por eso, en el caso de Obama se ha producido casi una histeria colectiva (con Nobel de la Paz incluido antes de que haya podido hacer nada), esperando que solucione todos los problemas del mundo, desde la crisis económica a la guerra, pasando por el calentamiento global. Será difícil que pueda satisfacer tantas expectativas. El autor que para mi gusto ha abordado mejor el tema de las élites es Arnold Toynbee. Dice que los cambios en la humanidad no se producen por la colaboración de muchos sino que existen una serie de hombres geniales que rompen el círculo vicioso de la vida humana; estos hombres producen una tensión social al tratar, con personalidad creadora, de transfigurar a otros hombres. Y deben moverse en un difícil equilibrio. No sirve que tengan un planteamiento nuevo si no son capaces de conectar con aquellos a los que se dirigen. Y en todos los ejemplos que menciona, encuentra una situación de retiro previo de los afanes sociales para luego volver al medio social del que procede (Cristo, San Pablo, San Benito, San Gregorio Magno, Buda, Mahoma, Maquiavelo y Dante). Añade Toynbee que cuando las minorías creadoras dejan de ser capaces de dar respuesta a los desafíos de esa sociedad, ésta se colapsa y las minorías creadoras pasan a ser meras minorías dominantes. Aquellos que ostentan el poder intentan perpetuar el mismo para los suyos. Así ocurrió con la nobleza hereditaria en la Edad Media y ocurre actualmente con los directivos de empresas que envían a sus hijos a exclusivas universidades; aunque lamentablemente en un caso como en otro, el poder o la situación de privilegio pueden transmitirse, pero no así la capacidad de liderazgo. Este es el problema que padecemos actualmente. El Padre Kentenich no fue ajeno a este debate. Insiste en la importancia del jefe. Y dibuja un ideal muy exigente, el del buen pastor, el de Cristo. Sin desmentir nada de lo dicho anteriormente (intuición brillante, período de maduración en privado y capacidad para encender a otros), el Padre Kentenich pide algo más: ser capaz de dar la vida por aquellos que uno tiene encomendados. El concepto de liderazgo del Padre Kentenich, como tantas cosas en su vida, no es algo teórico, sino encarnado. Tuvo que arrostrar enormes dificultades prácticamente toda su vida y aún así fue capaz de conseguir sacar de otras personas lo mejor de sí mismas. La idea del rebaño que dirige el pastor produce rechazo en el hombre moderno, lo considera indigno. Pero olvida que las ovejas de Jesús no son un rebaño despersonalizado, sino que Él las llama por su nombre y ellas le reconocen como Pastor. Enero 2010Madrid, España
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