CIENCIA vs RELIGIÓN

Hace una semana, Julie, mi profesora de inglés me hizo un dictado. Para ello utilizó una información de la Associated Press fechada el 10 de noviembre de este año. El artículo daba cuenta de un encuen...

| Pablo Crevillén Pablo Crevillén
Hace una semana, Julie, mi profesora de inglés me hizo un dictado. Para ello utilizó una información de la Associated Press fechada el 10 de noviembre de este año. El artículo daba cuenta de un encuentro que había tenido lugar en el Vaticano que reunió a científicos, católicos y no católicos, de seis países para debatir sobre una relativamente joven rama científica -la astrobiología-, que estudia el origen de la vida y su existencia en cualquier parte del cosmos. Durante el encuentro los científicos abordaron la posibilidad de que exista vida fuera de nuestro planeta. El Director del Observatorio Vaticano, el jesuita Funes, declaró que si existe vida en otros planetas incluso formas de vida consciente, esto no estaría en contradicción con la fe en Dios. El artículo tiene un tono más bien positivo. Por ejemplo, nos cuenta que en el Observatorio Vaticano se desarrolla una investigación de primer nivel y que su colección de meteoritos es considerada una de las mejores del mundo. Pero, a pesar de ello, es inevitable encontrarse en el texto con consabidos lugares comunes. Por ejemplo, el titular dice "el Vaticano busca signos de vida alienígena", con lo que parece que lo que viene a continuación, más que un artículo sobre ciencia, es una excéntrica actividad propia de personas obsesionadas con los ovnis. Aunque esto es una cuestión menor. Comienza recordando (como si alguien lo necesitase) que hace casi 400 años Galileo fue condenado por la Iglesia por defender que la Tierra gira alrededor del Sol y no a la inversa. Y probablemente temiendo que los lectores padezcan Alzheimer, nos lo recuerda dos veces más a lo largo del texto, además de añadir que Giordano Bruno fue quemado en la hoguera por defender la existencia de otros mundos habitados. Todos estos tópicos han entrado a formar parte de los conocimientos del hombre medio y son reforzados a través de obras de ficción. Hace unos pocos días se ha estrenado en España la película hasta ahora más cara de nuestro cine. Su título es Ágora, y cuenta la historia de Hypatia, filósofa y maestra neoplatónica griega, natural de Egipto, que destacó en los campos de las matemáticas y la astronomía, entre fines de siglo IV y principios del V después de Cristo. Un buen número de historiadores han señalado la nula fidelidad a los hechos de la película. Dejando de lado que Hypatia murió con 60 años y que la actriz que representa el papel es Rachel Weisz (que tiene pocos más de 30) y a pesar que la verdadera Hypatia fue asesinada en el contexto de los conflictos locales entre facciones políticas y religiosas enemigas, lo cierto es que los cristianos aparecen representados como fanáticos, ignorantes y violentos (que visten de negro) que persiguen a los paganos (personas pacíficas que dedican su vida al estudio de la ciencia y la filosofía y visten de blanco). La victoria de los cristianos marca el inicio de la Era de la Oscuridad. El director de la película, Alejandro Amenábar (como curiosidad nacido en Chile, hijo de chileno y española), señaló que su objetivo no era denigrar la fe cristiana sino mostrar los efectos de la intolerancia. Es llamativo, sin embargo, que no le hayan interesado historias sobre mujeres adúlteras lapidadas, o sobre homosexuales (según confesión propia, él lo es) colgados de grúas, o de personas que acaban en la cárcel por llevar un crucifijo o por tratar de enseñar el Evangelio; o de terroristas que se inmolan pensando entrar con ello en el paraíso. Todo ello tiene la ventaja de que no tendría que haberse documentado acerca de una oscura historia de hace 1600 años, sino que le hubiera bastado asomarse a la realidad de algunos países islámicos. Si consideraba que una película sobre ello hubiera tenido sus riesgos (no hay más que pensar en Salman Rushdie) podría haberse inspirado en la persecución religiosa, el encarcelamiento de disidentes políticos o la coactiva política demográfica de China. Aunque quizás es que la verdad no debe estropear un buen prejuicio. La relación entre ciencia e Iglesia Católica, o para ser más precisos, con el cristianismo, no ha sido siempre modélica. Muchos errores se han cometido. Aunque a diferencia de otros, los errores se han reconocido. Y además, esa mala relación no siempre ha sido así. En los orígenes, los cristianos no tuvieron ningún interés en dialogar con el resto de los credos, sino que lo hicieron con la filosofía (la ciencia de la época) y realizaron un gran esfuerzo por traducir las categorías de su fe a la metafísica griega. Y en la actualidad y, por lo menos desde Pío XII, los Pontífices han dado una enorme importancia a la relación entre fe y ciencia. Precisamente Benedicto XVI ha insistido, como intelectual sobresaliente que es, en la invitación al diálogo racional como punto de encuentro entre la fe y la razón. Sólo así podrá superarse esa división mecanicista entre ambas realidades. Esperemos que esa invitación sea recogida y sirva para profundizar en la verdad. Por Pablo CrevillénMadrid, España
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