La fiebre del loco

¿Cómo se hace un profeta? ¿Por qué el arte es un espacio disciplinar donde se suelen reunir los observadores de las corrientes de vida? ¿Somos una nación de poetas-profetas? Son algunas de las preguntas que me suscita la cinta chilena La fiebre del loco y que ahora comparto con ustedes.

Sábado 4 de julio de 2015 | P. Enrique José Grez

Si estamos por confesar prejuicios, aquí tengo mucho que contar. A pesar de que no eran más de diez títulos los que conocía de nuestro cine nacional, me había ido haciendo la idea de una imagen sucia y oscura, y de una constante elección en favor de lo sórdido. La celebración del Centenario del Cine Chileno, en el Cine Club de la Universidad Austral nos ha dado a muchos la oportunidad de adentrarnos en la producción nacional, sus temas y tics, sus riquezas estéticas y también sus debilidades.

El profesor Luis Bocaz, con la experiencia de una vida entera dedicada a la investigación de la historia de la cultura, se encuentra revisando algunos de los hitos de estos 100 años. Los que hemos tenido el gusto de acompañarlo hemos disfrutado de maravillosas obras, pero mejor aún, de extensos debates al final de cada sesión, que se alargan hasta avanzada la noche, explorando el rol que ha jugado el cine nacional en tanto que reflejo y horizonte de la identidad de nuestro país. Sí, les saco pica con esto, el gusto de dedicarle unas buenas horas a ver cine y a conversar de él.

Me he encontrado con obras que funcionan como un espejo de la historia y presente de nuestra sociedad, algunas que se adentran en las preguntas existenciales y otras que son como un disparo hacia el futuro. De todas me quedo con La Fiebre del Loco (2001) de Andrés Wood. En ella se esbozan como en un microcosmos algunas de las preguntas que hoy nos tienen en vilo: en una caleta del sur se viven apasionadas relaciones en las que se pone de manifiesto la ingenuidad y la bronca de una explotación desmedida. Cual profeta de nuestro tiempo el director pone en escena una serie de personajes que representan el teatro público actual: pescadores, trabajadores, emprendedores, comerciantes, las madres y esposas, las que no lo son, los medios, y hasta un cura. No por buena deja de ser fuerte y a ratos con ese rasgo marginal que nos es característico, pero se disfruta sobre todo por la profunda reflexión que se levanta desde la sencillez de sus personajes. Es una especie de Sinfonía del Sur en la que se esboza el descontento por el abuso mucho antes de que emergiera en nuestras calles y redes sociales.

¿Cómo se hace un profeta? ¿Por qué el arte es un espacio disciplinar donde se suelen reunir los observadores de las corrientes de vida? ¿Somos una nación de poetas-profetas? Son algunas de las preguntas que me suscita esta película.

Ante la cámara desfilan algunos rostros consagrados como María Izquierdo, Luis Dubó y Tamara Acosta. Llama la atención que en su momento no haya tenido la fama de otras de las obras de Wood que hicieron más ruido mediático, como su pasada Historias del Fútbol (1997) y la posterior Machuca (2004). Fueron más famosas pero son más fáciles y por lo mismo más toscas. Personalmente La Fiebre del Loco me parece superior no sólo por las razones dadas, por mostrar con sutileza las corrientes del tiempo que vivimos, sino también por una locación radiante y enigmática, y sobre todo por escaparse con astucia de los lugares comunes que se asoman en otras de sus obras. Es injusto compararlo con Larraín y sus obras, porque tienen distintas vocaciones y porque Wood tiene una trayectoria dilatada, pero es inevitable. Pero si lo hacemos reconocemos que entre las dos colecciones se abre un abismo, y aquel silencio de impostura que Larraín derrocha en Wood está plenificado con la palabra, a través de un guión donde hay sencillez y pasión.

Eso como botón de muestra, pero creo que casi todas las películas que se han mostrado en la retrospectiva funcionan un poco en este registro. Unas más optimistas, otras en aquel tono frío que a veces nos aleja de la pantalla chilena, pero siempre agudas y recogiendo aquel gen social que caracteriza nuestro arte en el que el protagonista suele ser un enigmático "nosotros".

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